Amelia no
era una niña cualquiera; al menos eso le decía su madre cuando volvía de trabajar
a altas horas de la noche y se la encontraba en el tejado junto a su gato,
envuelta en una manta y mirando las estrellas como si pudiese, de un momento a
otro, viajar hasta ellas.
Vivía a tres
manzanas de un pequeño museo donde trabajaba su tío Enrique, como guardia de seguridad. Esto le facilitaba las visitas fuera de horario; le encantaba sentarse
a contemplar las miradas de aquellas mujeres que parecían hablarle a través de
los cuadros.
Aquel día, llegado el momento de cerrar, a su tío se le olvidó que Amelia deambulaba por los
pasillos del museo, así que, como hacía habitualmente, conectó las alarmas y cerró todas
las puertas.
De pronto
Amelia despertó tras mirar absorta por largo tiempo la mirada hipnótica de
aquella mujer en el cuadro. Esbozó una sonrisa y suspiró. Fue cuando notó que
había demasiado silencio en el museo, miró a su alrededor y nada vio.
"¿Tío?" se preguntó a sí misma...
Amelia
comenzó a sentir miedo, al darse cuenta de que todo estaba oscuro, las puertas
cerradas, y ya no podía salir del museo, aquellas mujeres de los cuadros ahora
le parecían monstruos que se reían de ella...
Dejó el llanto y empezó a sentir tranquilidad, comprendió que esa luz no era una amenaza para ella, a la aparición le siguió una voz que la sumergió en un estado catatónico. Absorta escuchaba con atención todo cuanto le decía. ¿Sabes lo que significa Alma?... Amelia, asintió sin mediar palabra...
—Yo soy el Alma de este museo y muy pocos son los elegidos que pueden verme. ¿Te apetece oír mi historia?
La luz se volvió más tenue y con una voz melodiosa la invitó a sentarse en el suelo, pues la historia era larga y tal vez se cansaría de pie.
La pequeña obedeció, pues el miedo se evapora, todo él se transforma en una gran ilusión.
—Comencemos pequeña Amelia, el alma es invisible, solo los privilegiados pueden verla, como te ha pasado a ti y ahora me preguntarás y ¿por qué yo?...
—La
respuesta es simple, aunque no lo creas, tu alma es pura, posees el brillo de
quienes aún creen en lo mágico, lo demuestras siempre que vienes a este museo
con la inquietud de descubrir cosas nuevas. Es por ello que quiero hacerte un
regalo único.
Los ojos de
Amelia se abrieron aún más y lo que antes era miedo, ahora era curiosidad por
saber de qué regalo se trataba.
Una música
celestial irrumpió en el museo a la vez que se abría el techo de aquél lugar
dando paso a un oscuro firmamento plagado de estrellas de todos los tamaños y
colores que brillaban al compás de la melodía.
Amelia se
quedó absorta observando ese baile de estrellas.
La pequeña
no sabía a cuál mirar, todas brillaban, pareciera que cada una de ellas la
saludaran con su luz brillante, en menos de un minuto formaron su bello nombre
en el firmamento, relucía más que la luz sol.
En ese
instante la voz dulce y melodiosa volvió a llamarla por su nombre, ya no tenía
miedo, sus ojos brillaban pero de felicidad.
Amelia era
una niña muy obediente y bien educada, con timidez logró pronunciar:
—Muchas
gracias señora, ¿podría decirme el nombre de alguna de las estrellas que forman
mi nombre?
—Si observas
y te fijas bien verás un puntito muy reluciente, esa estrella es Sirio, otra
Canopo y aquella que ves más alejada se llama Arturo.
Durante un
buen rato aquella voz cada vez más familiar le estuvo contando historias sobre
las estrellas que nos cuidaban desde el firmamento.
Entre
palabras dulces, Amelia se fue quedando dormida, aquella luz resplandeciente
puso su manto azul que cubrió a la pequeña para que no tuviera frío y cuidara
de sus sueños.
Estos fueron
sueños de aventuras donde cada cuadro del museo le contaba una historia
diferente, viajó al desierto, allí vio por primera vez un camello, después se
fue a las montañas, la nieve cubría todo el paisaje y un gran trineo la llevaba
hacia un castillo arriba de la montaña. Al abrirse las puertas estaba su mamá
esperándola con un buen desayuno calientito, fue cuando iba a coger su taza de
chocolate cuando alguien la llamó...
—Amelia, Amelia,
despierta hija, vaya susto que nos has dado, toda la noche hemos estado
buscándote y tú aquí durmiendo plácidamente y nosotros preocupados.
La niña
estaba desconcertada, pues solo se acordaba que en un momento de despiste se
había quedado encerrada en el museo y que una voz le había preguntado qué era
el Alma.
Aquella
noche subió al tejado con su gato y una libreta. Escribió en grande y en mayúsculas
su nombre: AMELIA. Miró a las estrellas como tantas veces había hecho:
—¿Cuál es
Sirio? —preguntó el gato con la voz del Alma del museo.
—¿Desde
cuándo hablas, Ziel? —preguntó sorprendida la niña al gato. Poco a poco volvían
a su mente los recuerdos de la noche anterior.
—No soy
Ziel. Ya sabes quién soy. Aquí, fuera del museo, mi magia es más limitada, pero
ayer lo pasé tan bien contigo que hoy me aburría y he venido a verte. Venga,
que te ayudo un poco... Sirio es el punto de encima de la "i"
—La “i”
—rumió buscando la estrella pero no era como en el cielo del museo. Aquí, el
cielo nocturno estaba repleto de puntos. Miro a Ziel y percibió en él la mueca
de una sonrisa. No se había fijado hasta entonces pero el nombre de su gato era
casi cielo—. Eres tan negro, tan oscuro, que tienes el mismo color de la noche.
Y tus ojos, son enormes y brillan tanto como brillaba Sirio en el museo.
—Guardó unos segundos de silencio. Respiró hondo y volvió a fijar su mirada en
el cielo, tratando de vislumbrar, entre todas las estrellas, la intensidad de
Sirio— ¿Sigue ahí, señora?
—Aquí estoy.
Extiende tus brazos hacia el frente, a la altura de tus ojos… y mira a través
de tus manos… —Amelia así hizo y como si fuera magia. Tal vez fuera magia. O
destino. O realidad infinita. El cielo se disipó de estrellas quedando solo una
que tintineaba irradiando un maravilloso reflejo—. Ahora, cierra los ojos y
piensa en algo bonito, algo que te haga muy feliz y siente cómo late tu alma,
cómo suspira…, cómo te habla…
Amelia hizo lo que se le indicaba. Al cabo de unos segundos, se apoderó de ella una inconmensurable calma. Se sintió flotar, ligera. Se vio a sí misma en el tejado, y a Ziel observando el infinito. Las estrellas chisporroteaban a su alrededor. Miró sus manos, sin abrir los ojos. Emitían una maravillosa luz azulada. Miró sus pies. Estaban iluminados. Todo su ser era un resplandeciente haz de luz azul.
—¿Por qué
soy azul?
—Es el color
de tu alma, Amelia. Tu alma tiene el color de la eternidad, de la fe, del amor…
Ahora eres universo.
Amelia se dejó
llevar por sus sueños y junto a Ziel apoyado en su regazo, viajaron entre las
estrellas girando en bucles a veces, otras en línea recta, pero siempre
fundiendo su luz con el brillo de ellas.
Las
estrellas rieron estrepitosamente disfrutando de la inesperada visita. Amelia
sintió que en su pecho no cabía más amor y en sus retinas tanto esplendor.
*
**RECONOCIMIENTOS EN**:
De pronto Amelia despertó tras mirar absorta por largo tiempo la mirada hipnótica de aquella mujer en el cuadro. Esbozó una sonrisa y suspiró. Fue cuando notó que había demasiado silencio en el museo, miró a su alrededor y nada vio. "¿Tío?" se preguntó a si misma...
ResponderEliminarAmelia comenzó a sentir miedo, al darse cuenta de que todo estaba oscuro, las puertas cerradas, y ya no podía salir del Museo, aquellas mujeres de los cuadros ahora le parecían monstruos que se reían de ella...
ResponderEliminarDespués de pasado unos segundos volvió a llamar a su tío pero este no contestó.
ResponderEliminarDe repente, oyó una dulce voz, Amelia giró todo su cuerpo pasa saber de donde procedía, cuando estuvo frente al cuadro vio como aquella mujer la llamaba por su nombre.Su pequeño cuerpo quedó paralizado hasta que de nuevo...
... comenzó a gritar más fuerte... Tío, tío, sacame de aquí!!
ResponderEliminarAhora los cuadros se movían solos, y Amelia empezó a llorar...
Su llanto se oía en todas las salas del museo, con la desesperación que le infundida sentirse sola.
ResponderEliminarDe repente al fondo de la sala se iluminó una zona, era como un rayo de luz que caía del techo, como si lo atravesase, la niña dejó sus lágrimas y miró hacia el, fue entonces cuando vio aquella figura blanca envuelta en su luz descender
Dejó el llanto y empezó a sentir tranquilidad, comprendió que esa luz no era una amenaza para ella, a la aparición le siguió una voz que la sumergió en un estado catatónico. Absorta escuchaba con atención todo cuanto le decía. ¿Sabes lo que significa Alma? ... Amelia, asintió sin mediar palabra...
ResponderEliminar- Yo soy el Alma de este Museo y muy pocos son los elegidos que pueden verme. ¿Te apetece oír mi historia?
Mil besitos llenos de cariño y muy feliz día ♥
Amelia, sin apenas moverse se le oyó decir un sí, leve.
ResponderEliminarLa luz se volvió más tenue y con una voz melodiosa la invitó a sentarse en el suelo, pues la historia era larga y tal vez se cansaría de pie.
La pequeña obedeció, pues el miedo se evapora, todo él se transforma en una gran ilusión.
Comencemos pequeña Amelia, el alma es invisible solo los privilegiados pueden verla, como te ha pasado a ti y ahora me preguntarás y ¿por qué yo ?...
La respuesta es simple, aunque no lo creas, tu alma es pura, posees el brillo de quienes aún creen en lo mágico, lo demuestras siempre que vienes a este museo con la inquietud de descubrir cosas nuevas. Es por ello que quiero hacerte un regalo único.
ResponderEliminarLos ojos de Amelia se abrieron aún más y lo que antes era miedo, ahora era curiosidad por saber de qué regalo se trataba.
Una música celestial irrumpió en el museo a la vez que se abría el techo de aquél lugar dando paso a un oscuro firmamento plagado de estrellas de todos los tamaños y colores que brillaban al compás de la melodía.
ResponderEliminarAmelia se quedó absorta observando esa baile de estrellas.
La pequeña no sabía a cual mirar todas brillaban pareciera que cada una de ellas la saludaran con su luz brillante, en menos de un minuto formaron su bello nombre en el firmamento, relucía más que la luz sol.
ResponderEliminarEn ese instante la voz dulce y melodiosa volvió a llamarla por su nombre, ya no tenía miedo sus ojos brillaban pero de felicidad.
Amelia era una niña muy obediente y bien educada, con timidez logró pronunciar, muchas gracias señora,¿podrias decirme el nombre de alguna de las estrellas que forman mi nombre?
Si observas y te fijas bien verás un puntito muy reluciente esa estrella es Sirio, otra Canopo y aquella que ves más alejada se llama Arturo.
Durante un buen rato aquella voz cada vez más familiar le estuvo contando historias sobre las estrellas que nos cuidaban desde el firmamento.
que belleza la úusica las letras es un placer leerte
ResponderEliminarMuchas gracias, Mucha. Los relatos de este blog son una fusión de distintos autores; cada uno participa con sus comentarios que van encadenándose para crear la historia.
EliminarUn placer que te haya gustado.
Bsoss, y feliz día 💙
... venga, que se ha quedado dormida, ¡que llegue su tío y se la lleve para casa!
ResponderEliminarEs curioso, no se nota demasiado que escriben diferentes personas. También me imagino que lo de que se ha quedado dormida, y que viene el tío a por ella cuando se da cuenta... se le ocurrirá a cualquiera que lea esto. Que vaya bien, saludos
… Quizá para entonces ya sea tarde; quizá todo haya sido un sueño, o su tío no sea su tío… Quizá la niña crea sus propias historias para huir de una cruda realidad; quizá ha llegado su hora tras un largo tiempo en coma… O, quizá, sencillamente, es una revelación…
EliminarTodo puede suceder…
Gracias por tu visita y tus palabras, Marcos.
Saludos, y feliz día.
Entre palabras dulces Amelia se fue quedando dormida, aquella luz resplandeciente puso su manto azul que cubrió a la pequeña para que no tuviera frío y cuidara de sus sueños.
ResponderEliminarEstos fueron sueños de aventuras donde cada cuadro del museo le contaba una historia diferente, viajó al desierto allí vivió por primera vez un camello, después se fue a las montañas, la nieve cubría todo el paisaje y un gran trineo la llevaba hacia un castillo arriba de la montaña. Al abrirse las puertas estaba su mamá esperándola con un buen desayuno calientito, fue cuando iba a coger su taza de chocolate cuando alguien la llamo...Amelia,Amelia, despierta hija, vaya susto que nos has dado, toda la noche hemos estado buscándote y tú aquí durmiendo plácidamente y nosotros preocupados.
La niña estaba desconcertada, pues solo se acordaba que en un momento de despiste se había quedado encerrada en el museo y que una voz le había preguntado que era el Alma.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAquella noche subió al tejado con su gato y una libreta. Escribio en grande y en mayusculas su nombre: AMELIA. Miró a las estrellas como tantas veces habia hecho:
ResponderEliminar-¿Cual es Sirio?-- preguntó el gato con la voz del Alma del museo.
-¿Desde cuando hablas, Ziel? -preguntó sorprendida la niña al gato. poco a poco volvian a su mente los recuerdos de la noche anterior
-No soy Ziel. Ya sabes quien soy. Aqui, fuera del museo, mi magia es mas limitada, pero ayer lo pasé tan bien contigo que hoy me aburria y he venido a verte. Venga, que te ayudo un poco... Sirio es el punto de encima de la "i"
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar—La i —rumió buscando la estrella pero no era como en el cielo del museo. Aquí, el cielo nocturno estaba repleto de puntos. Miro a Ziel y percibió en él la mueca de una sonrisa—No se había fijado hasta entonces pero el nombre de su gato era casi cielo —Eres tan negro, tan oscuro, que tienes el mismo color de la noche. Y tus ojos, son enormes y brillan tanto como brillaba Sirio en el museo. —Guardó unos segundos de silencio. Respiró hondo y volvió a fijar su mirada en el cielo, tratando de vislumbrar, entre todas las estrellas, la intensidad de Sirio— ¿Sigue ahí, señora?
Eliminar—Aquí estoy. Extiende tus brazos hacia el frente, a la altura de tus ojos… y mira a través de tus manos… —Amelia así hizo y como si fuera magia. Tal vez fuera magia. O destino. O realidad infinita. El cielo se disipó de estrellas quedando solo una que tintineaba irradiando un maravilloso reflejo—. Ahora, cierra los ojos y piensa en algo bonito, algo que te haga muy feliz y siente cómo late tu alma, cómo suspira…, cómo te habla…
Amelia hizo lo que se le indicaba. Al cabo de unos segundos, se apoderó de ella una inconmensurable calma. Se sintió flotar, ligera. Se vio a sí misma en el tejado, y a Ziel observando el infinito. Las estrellas chisporroteaban a su alrededor. Miró sus manos, sin abrir los ojos. Emitían una maravillosa luz azulada. Miró sus pies. Estaban iluminados. Todo su ser era un resplandeciente haz de luz azul.
—¿Por qué soy azul?
—Es el color de tu alma, Amelia. Tu alma tiene el color de la eternidad, de la fe, del amor… Ahora eres universo.
Amelia se dejo llevar por sus sueños y junto a Ziel apoyado en su regazo, viajaron entre las estrellas girando en bucles a veces, otras en línea recta, pero siempre fundiendo su luz con el
ResponderEliminarbrillo de ellas.
Las estrellas rieron estrepitosamente disfrutando de la inesperada visita. Amelia sintió que en su pecho no cabía más amor y en sus retinas tanto esplendor.
Muchísimas GRACIAS a todos por vuestras valiosas y bonitas plumas, queridos compañeros y amigos de letras.
ResponderEliminarCerramos relato, y nos vamos al próximo!!
Abrazos gigantes para todos!! 💙
Muchísimas gracias, Gin. Me llevo el detalle. A ver dónde lo ubico. He enlazado, sin tu permiso :-9 este blog en un apartado del mío de cuentos. Creo que le viene muy bien.
ResponderEliminarDe nuevo, gracias por tanto trabajo y cariño.
Un beso enorme lleno de afecto.
Gracias siempre a ti, mi querida Mag.
EliminarNo tienes que pedir permiso, al contrario, más que agradecida...
Sin vosotros, nada de esto sería posible.
Bsoss y cariños enormes, y muy feliz día!💙
Gracias ha quedado relindo, todo un placer haber contribuido y felicitaciones a todos los participantes que han hecho que esto se haga realidad.Un besazo grande!!
ResponderEliminarAsí es, preciosa, sin vosotros no sería posible. Y tu idea de llevarlo a cabo, fue fantástica!
EliminarGracias, siempre...
Bsoss enormes!! 💙