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Quiero agradeceros de todo corazón vuestra valiosa compañía
en este camino de letras; y pediros
disculpas por mis ausencias pues, como ya sabéis algunos, estoy viviendo de
cerca las consecuencias de la DANA, junto a algunos familiares afectados en ese
proceso de restauración y, sobre todo, sanación emocional.
Todo está siendo muy duro y doloroso, y tanto el tiempo como los ánimos, se están viendo mermados ciñéndose prioritariamente a ese proceso.
(Durante este mes, los retos, tanto de Variétés como este mismo, siguen vigentes. Disculpad, como digo, mis ausencias. Dentro de lo posible iré actualizando vuestros aportes por los que, una vez más, os doy mi más cariñoso agradecimiento. En estos momentos son una brizna de luz que me aleja por un instante del lodo… GRACIAS a todos)
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Muchas veces, el terror tiene formas demoledoras que devastan
vidas. Lejos de la ficción; real y terrible… Y en aquellos que sobreviven a un
escenario de tan dantesca magnitud, dejan secuelas de por vida.
Ellas siempre han estado presentes en nuestra vida; ya sea
como parte de la historia; en la ficción, o en determinadas situaciones en las
que las sacamos a relucir: las brujas.
Las hay oscuras; luminosas, e incluso como esa vecina molesta
y envidiosa que te hace la vida imposible.
Pues a ellas les vamos a dedicar el “libro abierto” de este
mes.
Para ello, escribiremos un micro donde esa bruja, buena, mala
o regular, sea la protagonista.
Hubo una bruja que
cometió un error, fue tan inmenso que quedó atrapada dentro de él mismo.
Nadie supo jamás qué
había pasado con aquella anciana que vivía en las montañas.
Solo que su choza
brillaba por las noches de luna llena y se apagaba en días grises.
Dicen las malas
lenguas que los brillos eran las almas de los pequeños que robó.
En aquel pueblo
ocurrían cosas extrañas, no solo desaparecían niños en las noches, el silbido
del viento hacía estremecernos no solo de frío, también de miedo.
Una noche me atreví y
salí a investigar mientras el resto dormía, cogí mi linterna y me dirigí a la
choza de aquella bruja que solo vi una vez.
Fue cuando nos
cruzamos por ese camino pedregoso, ella mi guiñó un ojo y yo salí corriendo
como alma que lleva el diablo.
No le dije nada a mi
madre, pero esa noche soñé con ella, que me llevaba en su escoba por los cielos
rojizos de no sé qué lugar.
Al llegar a su choza
el ulular de la tormenta me hizo temblar y apoyado en la puerta esta se abrió.
Han pasado años y aquí
estoy en este jarro minimizado viendo como hace los hechizos sin poder salir de
aquí.
Era pequeñita, de ojos vivarachos e incapaz de hacer daño, pero de sus bolsillos siempre colgaban colas de lagartija que buceaban entre renacuajos. Escarabajos, bichos diversos, raíces de mandrágora, robellones y arándanos. En lugar de escoba, usaba un monopatín con el que volaba sobre el asfalto. Sobre su cabecita un gorro puntiagudo que en las noches de luna llena dibujaba su menuda silueta que todos conocían como... la brujilla del barrio ; )
Me enamoró o me
enamoré. Han pasado tantos siglos que, no recuerdo con nitidez este capítulo de
mi vida. Empezó llamándome "su ángel", pero ante mi manera de
predecir el futuro, comenzó a dudar de mis dotes angelicales. Digamos que soy
una visionaria, discurso que él no compartía conmigo.
Al cabo de un tiempo
empecé a ser llamada "su bruja", siempre acababa con el mismo
latiguillo: "pero de las buenas". Algo que me disgustaba, solo quería
ayudar para que entendiera que ciertos comportamientos podría provocar
situaciones incómodas o pérdidas. No hizo caso de ninguno de mis avisos, hasta
que un día sucedió lo inevitable. Confundió fórmulas que cerraron la entrada de
mi voz y esta se hizo débil ante sus oídos. Con solo un conjuro llamado
desencanto, él desapareció de mi tierra y nunca más se supo de su existencia.
Entonces, me pregunté
si realmente era amor, si realmente estaba enamorada o si él mismo lo estaba.
Sí, soy bruja, pero ¿las hay buenas o malas?, somos simplemente brujas, a
secas.
Por eso, ya no lo
extraño en las noches. Nunca entendió cuál era mi esencia, simplemente sigo
siendo yo, en toda medida y en la justa.
Sólo confío en mí y en
el poder que se me confirió. Hago honor a ello, aunque eso me lleve a la
soledad y a la compañía de mis propios conjuros.
Recordaba mi sueño sobre su escoba. Ahora era un simple testigo de los conjuros. Había más niños perdidos en el bosque pero, sólo yo podía verla frente a su caldero trabajar sin descanso, para embrujar a cuanta persona se le acercara sin querer, o con la ilusión de que le dijera dónde estaba su niño pequeño perdido en el bosque.
No tenía intención de develar su secreto. Estaríamos aquí por siempre. Solamente la llegada de alguien especial podría salvarnos. Pero, ¿quién sería y cuándo?
Cada noche, cuando la
luna apenas asomaba entre las nubes, Silda se adentraba en el bosque con el
corazón cargado de pesares. «Este lugar, antes tan lleno de vida… ¿cómo hemos
llegado a esto?», pensaba, mientras sus manos arrugadas recogían raíces muertas.
Los Trolls habían robado no solo la luz, sino el alma misma del bosque.
«Debo intentarlo una
vez más», se decía, aunque la duda crecía en su interior. Cada pócima, cada
ritual, parecía ser insuficiente. Las sombras aún acechaban, y la risa del
viento había sido silenciada. «Pero no puedo abandonarles. Este bosque es parte
de mí».
Mientras la mezcla en
su caldero chisporroteaba con un verde fulgor, su mente repetía las antiguas
palabras de poder. «Que la vida retorne, que los árboles susurren, que el río vuelva
a cantar». Y al ver cómo las primeras flores se alzaban tímidamente entre las
hojas caídas, Silda sonrió. «Aún hay esperanza».